martes, 22 de diciembre de 2009

Sin Palabras


Definitivamente hay cosas que no se pueden decir con palabras…

Un abrazo, una sonrisa, un apretón de manos, una mirada tierna o melancólica, una mueca, una lagrima o una risa…

Son cosas que llevan tanto significado dentro de sí, son gestos que nos dicen todo y en realidad no nos “dicen” nada; son formas tan sublimes de comunicación que no necesitan palabras, porque sin lugar a dudas emanan de lo más profundo de nosotros, del sentimiento y la emoción.

A veces una palabra aunque sea la más bella o una oración de las más tiernas, no nos dicen tanto como un abrazo o una lágrima.

A veces las situaciones nos abruman, los problemas nos corroen y las desgracias nos atacan, y muchas otras veces, sentimos esa alegría que corre por nuestras venas o esa felicidad que desborda en una risa y nos damos cuenta que una palabra o una oración ¡no es suficiente Para describir lo que sentimos! y simplemente dejamos caer esa lágrima o sonreímos…

Un gesto, lleva tanto poder en sí, que transmite más que una palabra o que una oración. Un gesto puede transformar los rostros a tú alrededor, pero una palabra ¡no!

Un gesto lleva consigo tanto significado dentro de sí… son abrazos, son sonrisas, son miradas, son melancolía, son lágrimas, son risas que contagian su poder…

Por eso cuando veamos a una persona triste, hay que comprenderla y ayudarla, Quizás este diciendo y pidiendo mucho... sin palabras.

Y si vas por la calle alegre, ¡No lo guardes!, regala una sonrisa que diga más de mil mensajes. Porque definitivamente, Hay cosas que simplemente, no se pueden decir con palabras…
CJEP

domingo, 13 de diciembre de 2009

UN CUENTO DE NAVIDAD


La mañana de hoy escuche una historia, que no puede dejarla sin trascender, una historia extraña pero repleta de verdad… y todo trataba de la navidad y ese gordo “panzoncito” que de cariño llamamos SANTA, en fin, como el clima se presta para esto comenzare a reproducir el relato:

Dícese que allá por las tierras de Homún, muy cerca de la frontera con Campeche, existía un pequeño niño de pelo “Kixpol”, llamado Pedro, que firmemente creía en “Santa”, en ese gordito que le trae juguetes a medio mundo, que viaja todos los días 24 de diciembre desde el Polo Norte hasta todos los hogares del mundo llevando juguetes, alegría y felicidad a los niños (y definitivamente muchas deudas crediticias a sus papas), en su trineo jalado por una rara especie de venados voladores con nariz roja, que ningún circo ha logrado atrapar; en fin creía en Santa, el pequeño niño de pelo Kixpol, de nombre Pedro, ¡tenía 8 años ya!, y todos sus compañeros en la primaria “Juan Escutia”, se burlaban de él, porque creía firmemente en Clos, y aunque sus demás amigos le decían, -que eran sus papas los que le dejaban juguetes del mercado de Homún, debajo de su “mata de navidad” cada 24 de diciembre-; Pedrito, se negaba a creerles, ni los teoremas mas avanzados que demostraban que un venado con nariz roja nunca podría volar, o que era imposible que santa pudiese llevar tantos millones de juguetes en su “wacal” navideño, le hacían creer al pequeño Pedro, lo irreal del curioso gordito; Pedro, se hacía de oídos sordos y decía dentro de si:


-No oigo, no oigo, soy de palo… y era imposible convencerlo; los otros niños de la primaria “Juan Escutia” enloquecía porque no lograban hacerlo, y peor aún se enfadaban porque sus burlas contra él y su supuesto Santa, no le afectaban al Pedrito ni en lo mas mínimo; lo que no sabían era que Pedro, sí, el pequeño Pedro, tenía un secreto, que año con año guardaba en su corazón; su noble y buen corazón llevaba consigo una esperanza, que nunca desfallecía; Pedrito no esperaba juguetes, aunque cada año le dejaban un carrito nuevo, o un power ranger con lentes vionicos integrados; él no esperaba un balón de futbol, o juego de x-box (como los niños más pudientes y cutufosos del pueblo pedían); Pedrito al contrario, desde los 6 años que aprendió a escribir, dejo de hacer las cartas, que de antes su papa le ayudaba a escribir; ahora pudiendo redactarlas perfectamente y pudiendo plasmar en ellas lo que más quisiese, ¡no lo hacía!.


Sus padres al principio se desesperaron, cuando tenía 6 años y había aprendido a escribir, no hizo carta a Santa, y todos lo demás niños del pueblo y de su nueva escuela “Juan Escutia”, las hacían emocionadísimos pidiéndoles mil juguetes a Santa, menos Pedrito; sus padres lo alentaban a escribir, es más, le decían que santa le podía traer cosas caras con tal de que se emocionara y escribiera algo, pero Pedrito, ¡no!, no escribía ni una palabra, fue tanta la decepción de sus padres, que al siguiente año cuando se negó a escribir, dejaron de insistirle, pero sin embargo le dejaban uno que otro juguete, debajo de la “mata navideña” que tenían en su casa...

Y esa navidad, no sería la excepción, se acercaba el gran día, la gran noche para todos los niños del pueblo, la noche en que abrirían sus regalos y verían que nuevo juguete les trajo el gordito barbón, aunque la mayoría de los niños de la edad de Pedro ya sabían que el “gordo barbón”, era sus papas; y Pedrito inmutado ante la idea de que Santa llegaría pronto, no escribió la carta (como cada año), no le pidió nada a sus papas (como cada año), pero su espíritu ante sus amigos, ante sus papas y ante todo el que lo conociese en el pueblo de Homún, muy cerca de la frontera con Campeche, era firme, en que Santa para él existía…


Y llego el día…


Todos abrieron sus regalos emocionados, el pueblo estaba lleno de alegría dentro de sus casas, los dueños de las tiendas del mercado habían hecho su agosto (estando en diciembre), los papas estaban hasta el cuello con las deudas y llenos de esperanza (esperanza de que la cuesta de enero no los llevara a la quiebra), y los niños jugaban y corrían con sus triciclos nuevos, con sus balones nuevos, sus nuevos kit´s de belleza barbie, y muñecos y juguetes de todo tipo, menos Pedrito, que miraba desde la ventana hacia afuera de su casa, como si esperara algo…


Sus papas le había comprado un carro de control remoto del almacén “La esperanza”, pero Pedrito ni siquiera lo había abierto, ese año estaba más extraño que nunca, estaba impávido en la ventana, y ni los gritos de su mama, ni el “recalentado navideño” lo llevaban a despegarse de la ventana.


Pedrito quería una señal, la señal que esperaba todos los años después de la navidad; esa señal que Santa le mandaba, diciéndolo que su regalo había sido entregado o que su deseo se había cumplido, pero ese día, la señal no llegaba.


Dieron las 4 de la tarde, y una estrella fugaz pasó velozmente en el cielo… ¡esa era la señal que esperaba!, su regalo había llegado; en ese momento, Pedrito, se levantó, hizo una oración, y abrazo a su mama, y en voz baja le dijo…

-Mama, abuelito va vivir un año más…


Su mama no logro escucharlo bien (como cada año); pero mágicamente, en un hospital de Mérida, a un viejito con cáncer, le regresaban tenuemente los latidos de su corazón, después de estar más de tres años internado…


Quizás la magia de la navidad no este, en los juguetes, en el dinero, o en las fiestas… Esta en eso que deseamos sinceramente y con el corazón; y que cada navidad nuestra fe, esperanza y amor, hacen que se haga realidad. Como Pedrito que desde hace tres años, solo pide que su abuelo, su muy querido abuelo, viva un año más…



CJEP